¿A dónde van a morir los gatos?
Libres y autistas a la vez, sospechados de diseminar la influenza, maldecidos por su color cuando se trata del negro, habitantes de cópulas que más de uno envidia, compañero de ruta de escritores de la talla de Julio Cortázar (recordemos su Fanelle), vistos como dioses en algunas culturas y como símbolos del mal en otras, aludidos en el nombre de más de un lugar nocturno y lujurioso, nos entrega sin embargo un tesoro por cazar aun más precioso.
Porque si en vida los gatos pertenecen a la alusiones dionisíacas que hace el hombre, ¿por qué los gatos se van a morir no sabemos dónde? Y se sabe que van a morir, se les nota, están extraños, sus miradas portan una mal disimulada melancolía, sus ojos no brillan, emiten luces menos intensas, se presiente que llevan la carga de una vida que se apaga.
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